23-11-2018 / 10:20 h EFE

Teresa (nombre ficticio) tiene menos de 40 aos, es madre de cuatro hijas, hurfana desde adolescente, y guapa, lista y valiente, aunque se ruboriza cuando lo escucha porque su mrito -dice- "est en vivir hoy, con la mente fra, sin pensar en maana" ni dejar que el miedo, el cansancio o la falta de dinero paralicen la voluntad.

Es una de las miles de mujeres amenazadas y agredidas durante aos por sus parejas. Ahora est separada y vive con sus tres hijas menores en una pequea casa de alquiler de un barrio obrero de Murcia.

Para conseguir esa independencia y "poder echar el pestillo de la puerta por las noches" tuvo que pasar antes tres aos de "dursima" convivencia con otras treinta mujeres, y sus nios, en un centro de acogida cercano a donde ahora vive y, sobre todo, "dejar de entender al maltratador".

En una conversacin con EFE, asegura sin darse cuenta de la clarividencia de su mensaje que romper definitivamente con el hombre que te pega solo es posible cuando "abres los ojos y ya no empatizas con l".

Su historia, como la de otras mujeres maltratadas, es una historia de continuas rupturas y reconciliaciones, con falsas promesas de que "no te voy a pegar ms" y muchos "te quiero" y "no puedo vivir sin ti".

Segn explica, llegas a acostumbrarte a las palizas. "Me da vergenza decirlo, pero es as. Te pegan y te acostumbras a los palos porque s, porque eso pasa. Llega un momento en que es algo normal en tu relacin. Y da igual que te peguen porque t no te importas".

Teresa vive aliviada porque l est preso a ms de 300 kilmetros de Murcia y tiene muchas causas pendientes con la justicia por agresiones, estafas y trfico de drogas. "Tardar en salir. Adems, ahora tiene otra mujer y un hijo", explica.

Durante aos soport sus idas y venidas sentimentales, le acompa en sus aventuras vitales fuera y dentro de Espaa, y pag las consecuencias de haberle ayudado en sus negocios ilegales.

"No s si me entiendes (...) pero no estoy orgullosa de mi pasado", confiesa con la mirada baja esta mujer, de cuerpo menudo y movimientos rpidos que, inconscientemente, cambia el gesto y se pone muy seria al recordar el da en que dijo basta.

La mecha que encendi la ruptura fue su hija pequea. Era un beb de menos de dos aos y esa noche era insoportable seguir escuchando sus llantos.

Eran las ocho -recuerda- y la cra llevaba llorando desde las siete de la maana. "l la haba lanzado a la cama y pegado. Ah fue cuando llam. Eso fue (...). Eso nos salv a las cuatro".

"Fue duro, mucho", afirma de esa ruptura definitiva, "pero gracias a dios la fase de entender al maltratador ya la he pasado, y estoy contenta de que sea as porque el riesgo no desaparece mientras sigas entendiendo al que te pega".

Pese a ser vctima, es muy dura con el resto de mujeres en su situacin. Opina, algo enfadada, que parte de culpa de lo que ocurre la tienen las parejas de los maltratadores.

"No se pueden traspasar las medidas de seguridad que se imponen y est ocurriendo todos los das. Lo digo porque s de lo que hablo. Si esto ocurre, quienes son entonces los culpables?", se pregunta Teresa, que se muestra radical en esa opinin y llama la atencin insistentemente en el hecho de que "quien pega una vez, repite. Siempre es as, siempre, se pega una vez y luego otra".

Esta maltratada, que "estaba ciega" hasta hace unos aos, como ella misma asegura, trabaja en el servicio municipal de ayuda a domicilio y suea con un empleo en una residencia de ancianos, aunque los turnos rotatorios de ese trabajo le llevan a desistir de esa vocacin.

Su vida laboral empez un da despus de conseguir el certificado de personal sociosanitario en instituciones. Unos meses antes entr en la Fundacin Diagrama por recomendacin de una conocida y all la guiaron hasta los servicios de empleo de la Comunidad de Murcia, premiados en 2017 por la Unin Europea por su programa de insercin laboral de vctimas de violencia de gnero.

Desde entonces no ha dejado de trabajar y formarse, y esta semana ha obtenido el diploma que le acredita como tcnico en atencin domiciliaria infantil.

Si le preguntas cmo lo hace contesta con una media sonrisa: "tengo padrinos que estn muy pendientes de m", y recita de corrido a vecinos, voluntarios, religiosas, asistentes sociales y psiclogos que no la dejan decaer.

Esa red de amparo le permite, por ejemplo, que un vecino sastre jubilado le arregle los pantalones rotos a sus cras o que otro le deje pagar a plazos la moto en la que se mueve por Murcia, aunque es muy crtica con el recorte de ayudas a las maltratadas que le ha impedido, entre otras cosas, sacarse el carn de conducir porque ya no est subvencionado para mujeres como ella.

"Se trata de vivir sin pensar en maana y, por supuesto, de tener voluntad y ganas de superacin".

 
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