La fotoperiodista Gerda Taro creó la marca Robert Capa en 1936 para vender mejor las fotografías que hacía con su compañero André Friedman (seudónimo de Capa) a los diarios de la época, pero, tras la prematura muerte de Taro, su legado fue "absorbido" por el fotógrafo, advierte la escritora Helena Janeczek.
Tras estallar la Guerra Civil, ambos reporteros se trasladaron a España para inmortalizar el conflicto bajo el sello Robert Capa, captando imágenes tan icónicas como "Muerte de un miliciano", tradicionalmente atribuida al componente masculino del tándem fotográfico y hoy de autoría discutida.
Tristemente, ella moriría en un hospital de El Escorial (Madrid), un año después de tomar dicha instantánea, tras ser herida en una batalla cerca de Brunete (Madrid).
Con el paso de los años, el seudónimo Robert Capa, adoptado por Friedman durante toda su carrera profesional, se convertirá en uno de los nombres de fotoperiodistas más conocidos de la historia.
Esta es solo parte de la memoria que Helena Janeczek rescata en "La chica de la Leica" (Tusquets), novela sobre la corresponsal gráfica de guerra Gerda Taro, originalmente Gerda Pohorylle (Stuttgart, Alemania, 1910 - El Escorial, Madrid, 1937).
En una entrevista con Efe, Janeczek ha señalado que "es necesario recordar que Taro era igual o más conocida que quien era su pareja por aquel entonces", una certeza que se demostró en su multitudinario funeral, en el que más de 100.000 personas y grandes personajes de la cultura, como Pablo Neruda, le rindieron homenaje.
Ciertamente, son numerosos los casos en los que el trabajo de mujeres brillantes se acaba atribuyendo a sus compañeros, maestros o hombres más próximos, en general.
En esta línea, conocer a Gerda no fue fácil para Helena Janeczek, quien, pese a haber utilizado las fotografías y biografía de Capa para la redacción de su libro previo, no tenía muy clara la función de la fotógrafa dentro de la ecuación.
Fue en 2009, en la primera reposición de la obra de Taro, celebrada en Milán, donde la escritora alcanzó a comprender la importancia que aquella descendiente de una familia judía polaca que huyó de los nazis a París con solo 20 años tenía en la construcción del mito fotográfico más grande del siglo XX.
A Janeczek no solo le interesó el trabajo de la fotógrafa, sino dos similitudes vitales que comparte con ella: sus raíces judío-polacas y la situación de crisis y auge de la ultraderecha que vivió la Europa de entreguerras y que también se respira actualmente.
"Gerda Taro y las mujeres que defendieron la democracia durante la Guerra Civil española se decepcionarían al ver el fortalecimiento que el nacionalismo reaccionario vive hoy en España, de la mano de partidos como Vox", asegura tajantemente la autora.
"No puedo dejar de desconcertarme ante el clima político que se filtra en las pantallas de televisión mientras espero a realizar otra entrevista, el cual me recuerda demasiado a la época sobre la que hablo en este libro, aquella previa a la Segunda Guerra Mundial", ha sentenciado Janeczek.
Frente a estas realidades hostiles, la escritora reconoce que son necesarias figuras luminosas como la de Taro, a la que define como "un motor que encendía las vidas de los demás".
"Era una mujer realmente fuera de los esquemas, que conseguía unir orgánicamente características que parecen contradictorias si se encuentran dentro de un mismo género", ha explicado. "Ella era una de esas mujeres libres y resistentes que no le gustan nada a Vox", bromea.
Ahora, Helena Janeczek rescata la figura de la invisible Gerda Taro y la alza como pionera del fotoperiodismo a través de las memorias reconstruidas de tres de sus amigos: William Chardack, Ruth Cerf y Georg Kuritzkes.
Gerda, como cualquiera dispuesto a arriesgar su vida en el epicentro de la guerra, era valiente y "un metro y medio de orgullo y ambición", como explica el libro, que a través de sus personajes muestra a una joven que "nunca parecía preocupada".
Cuando hablaba de sus viajes a Berlín, donde los enfrentamientos eran una constante, o cuando anunció que se marchaba sola a España, sus amigos se deshicieron en recomendaciones, explican las páginas de "La chica de la Leica".
"Ya os gustaría a vosotros tener la cabeza tan en su sitio como la mía", les respondía ella.
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